Eligieron llamarlo amor

“Pero el amor, esa palabra…”

A Julio Córtazar

Es como si quisiéramos hacernos daño. Como si la vida nos obligara a pagar una cuota de interés por habernos amado. Sí, digo amado con convicción, con una certeza propia de quien busca humanizar el amor. El amor es el de Horacio y la Maga, tal vez. Ese es mi amor. El amor de lo escéptico, de lo asimétrico, de lo desigual, de lo insensato. Ese amor con ansias de cultura, ese amor del lado de allá y del de acá, ese amor intelectual con sueño bohemio. No es amor de poetas, ni de enamorados. Es aquel de quienes saben que andan para encontrarse. Quienes eligen una misma noche para los dos, pero que sueñan sueños distintos, buscan cosas diferentes pero ninguno sabe qué busca. Se abrazan confundiendo manos con piernas, propias y ajenas…tuyas y mías; nuestras. Se funden en una sola lluvia que es de los dos pero de ninguno; como esa noche, como esa luna, como esos cabellos enredados en la almohada. Como esa risa indescifrable…sí, esa es la mía; como esos ojos felices…sí, esos son los tuyos.

Y sin embargo te gusta huir. Te gusta escapar. Quizás dejar de pensarme, de sentirme…Y entonces me hablás de un sueño, de un campo, de una noche solitaria, feliz. “Piré”, decís. ¡Cómo te gusta esa palabra! A veces no me queda claro si la loca soy yo,    ( Sí, esa es tu sentencia favorita) o si mi propio ser termina siendo una proyección de tus propias cobardías que donde mejor encajan es en una locura disfrazada de extrañeza. Y ya no digo que sos un loco lindo… ¡cuánta sabiduría hace falta para poder serlo!

Pero somos tan distintos de la Maga y de Horacio. Me alegro un poco de eso; creo que yo no lo aguantaría. No soportaría la estructura de esa relación aparentemente libre y espontánea pero tan esclavizante que termina en la huída, en el refugio de un loquero… en un juego tan surrealista como el de la Rayuela. Vamos hacia el Cielo y llegar depende, simplemente, de la coordinación de una mano y una pierna con la que se salta cargando con el peso de la otra recogida… Y de la suerte al arrojar la piedra.

Me gustaba la naturalidad con la que jugaban al cíclope; la ingenuidad con la que ella lo amaba y se dejaba sorprender por la cotidianidad. Su irrealidad. Quizás eso sea lo que me más me atrapaba. Y acá es donde empiezo a reírme a de mí misma. En este preciso momento en el que hablo de irrealidad.
Porque eso perseguimos, anhelamos; un estado utópico de espontaneidad planeada. ¡Un disparate! No nos sale como a ellos. Ni nunca nos saldrá. Y me alegro de ello. Sé que no lo soportaría. A veces pienso que las palabras se nos gastaron, que ya no tenemos más metáforas ni sinónimos para repetir una y otra vez las mismas ideas. Siempre buscamos analogías, definiciones, ejemplos, paráfrasis… en lugar de elegir verbos mundanos o acciones que describan por sí mismos este paisaje indomable por la perfección de las oraciones bien pensadas. Algunas suenan demasiado perfectas. Y no es así. Queremos ser libres y libremente elegimos la esclavitud de una estructura, que, creo nos condena de antemano. La estructura del todo dicho en lugar del misterio diario. La estructura temerosa del tiempo futuro que no hace más que atormentar el presente,
Y tal vez, por todo esto, nunca pueda ser La Maga. Hemos perdido la magia.

Marzo 2005

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